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UN CHARTER MAGNIFICO

 

El 25 de octubre de 1859 a las 8 de la mañana el “Royal Chárter” se estrella contra la rocosa costa de Welsh en Gales. En total viajaban 390 pasajeros, entre ellos mujeres y niños, además de una tripulación de 112 hombres.

 
 
 
El Royal Chárter
El “Royal chárter “era un vapor clipper de 2719 toneladas y cerca de 100 mts de eslora con tres palos, una chimenea y hélice de hierro.
Fue lanzado en 1955 y en su primer viaje hizo  la carrera de Plymouth, Inglaterra, a Melbourne, Australia, en sólo dos meses.
 El “Royal Chárter” no era un clipper más, era una embarcación de lujo. Su propaganda decía que combinaba las ventajas del vapor con las del velero. Tenía una longitud siete veces mayor que su ancho, pero estaba construido en hierro y no de madera como la mayoría de los barcos de la época.
También era confortable y sus camarotes según el folleto, suntuosos.
 
Los Clippers: Caballos de carrera en el mar
Los clippers eran embarcaciones estilizadas, de líneas esbeltas, especialmente construidas para obtener velocidad. Antes de su uso marítimo el término designaba en Inglaterra al caballo ganador de carreras.
Pero los clippers tienen una desventaja: Cuanta mayor velocidad pueden desarrollar, menor es su fuerza y estabilidad y por lo tanto menor será la seguridad que ofrezcan en su navegación.
 
Los clippers  y la fiebre del oro
Los clippers desempeñaron una labor gloriosa en la época de la fiebre del oro. La fiebre comenzó en enero de 1848 en las costas californianas de Sutters Mill. En un año la población pasó de 26.000 a 115.000. Un buscador afortunado podía hacerse de 16.000 dólares de aquella época en una semana, si sobrevivía al viaje de ida y vuelta por mares, selvas y desiertos.
Tan grande fue la tentación del oro que tras ella corrieron, no sólo comerciantes, maestros, carpinteros, artesanos, carreros, sino que se solían sumar las tripulaciones enteras de los barcos transportadores, que no dudaban en hacerle un corte de manga al antes temido capitán.
Vivir en California era difícil, porque nadie hacía otra cosa que buscar oro. La comida escaseaba, las carretas se rompían sin que los carpinteros las arreglaran, los zapatos destrozados dejaban a sus dueños descalzos.
La situación el Melbourne era muy parecida, el auge de las minas de oro aumentó la demanda de naves en forma espectacular, de allí que muchos barcos encargados del transporte de inmigrantes partieran atiborrados de gente y sin un mantenimiento adecuado, lo que ocasionó no pocas tragedias.
 
¿Qué le sucedió al Royal Chárter?
Cuando el “Royal Chárter” salió de Melbourne el 26 de agosto de 1859, llevaba a bordo una lista muy variada de pasajeros. En tercera clase de amontonaban un buen número de buscadores de oro que de regreso a Inglaterra, acarreaban sus fortunas recién ganadas. En primera viajaban gente de negocios  como la Sra. Foster , una hotelera de quien se decía que llevaba dinero y joyas por un valor de 5.000 libras.
El viaje de vuelta fue más rápido de lo esperado, a las 14 horas del 24 de octubre al norte de Gales el cielo se llenó de repentinos nubarrones y comenzó a soplar viento del sudeste. Pero la travesía continuó sin dificultades, a las nueve de la noche el navío estaba tan cerca de la bahía de Liverpool que los familiares ya habían comenzado a recibir telegramas sobre el feliz arribo de sus parientes.
 
 Genocidio Marino.
Pero a las 22 en punto se desató un huracán que no figuraba en los cálculos de nadie. La dirección del viento cambió súbitamente de sudeste a nordeste. Este repentino viraje arrastró al “Royal Chárter” hacia una peligrosa costa rocosa, ubicada a sólo 8 km de la Bahía. De no haberse producido este repentino cambio de los vientos, el clipper hubiera resistido el paso del huracán.
Al mando del “Royal Chárter” estaba el comandante Taylor que no supo guardar la calma y se despertó intentando que su lujoso clipper retomara el rumbo. Recurrió a los motores pero no resultaron lo suficientemente poderosos para contraatacar al viento. Dejar el barco al albedrío de las velas era, por otra parte, suicida.
Taylor ordenó entonces a la tripulación hacer disparos de alerta y lanzar bengalas. El gesto era inútil, pues ningún otro barco estaba en condiciones de dar auxilio en ese momento, pues todos se debatían en medio de la fiereza del huracán. Esa noche naufragaron 133 embarcaciones en las costas de Gales e Inglaterra. Las consecuencias de ese huracán son las más terribles que recuerde la marina inglesa.
Media hora después del comienzo del vendaval, el “Royal Chárter” estaba sólo a 5 km de la costa. El Capitán ordenó bajar las anclas, pero estas no bastaron para impedir que la nave fuera a la deriva hacia la costa rocosa. Fueron terribles horas de zozobra. A la 1.30 de la madrugada, el cable de babor se partió. A las 2.30 sucedió lo mismo con el cable de estribor. El navío iba derecho a estrellarse contra la costa, mientras los pasajeros vivían el horror de lo indominable.
Ante la inminencia de la catástrofe, Taylor hizo cortar los palos para reducir la resistencia al viento, y los pasajeros debieron reunirse en la cubierta para no morir aplastados.
A las 3.30 el buque tocó tierra. Por fortuna la costa no era rocosa como se había pensado, sino una playa arenosa. El terrible episodio parecía una desgracia con suerte, pero no bien los pasajeros se disponían a descender la marea empujó nuevamente el barco hacia la mar. La resaca fue llevando el “Royal Chárter” hacia unas traicioneras salientes rocosas.
A medida que corrían las horas la fuerza del viento huracanado aumentaba. El casco de acero golpeaba rítmicamente contra las rocas produciendo estruendos paralizantes.
 
Rodger: El Héroe
En medio del caos un marinero raso, Joseph Rodger, tuvo la brillante idea de tender un cable hacia la costa, de esta forma y con la colaboración de algunas gentes del lugar que habían salido a ver lo que ocurría, logró armar un aparejo para bajar a los pasajeros.
La primera muchacha a la que se le ofreció bajar por medio del aparejo sintió que la silleta era poco segura, entonces un marinero se ofreció a bajar en su lugar.
Casi todos los sobrevivientes se salvaron gracias a la cuerda ideada por Rodger, tendida entre el barco y la costa.
 
Un barco de papel.
De haber sido un poco más resistente la embarcación la operación hubiera sido un éxito. Sin embargo antes de poder hacer bajar a las mujeres, el Royal  Chárter, al límite de su fortaleza, se partió en dos. Eran alrededor de la siete de la mañana.
Algunos de los que sobrevivieron trataron de aferrarse a los restos del barco. Su suerte fue diversa. Mientras unos se estrellaron contra las costas, otros se salvaron. Los que estaban en la costa formaron una cadena humana, tomándose de las manos, para sacar del mar a los que estuvieran más cerca de la playa. En estas tareas de salvamento participaron también 28 pobladores del lugar armados con todo su coraje .
A pesar de la denodada labor y de la solidaridad, la mayoría de los pasajeros perecieron ahogados o estrellados contra las rocas.
Los relojes que se hallaron en los cadáveres se detuvieron entre la 7.20 y las 8 de la mañana.
Sobrevivieron únicamente 44 pasajeros, todos hombres, y 18 de ellos eran miembros de la tripulación. El capitán había desaparecido con el barco, y se estima que las mujeres no tuvieron posibilidad de salvarse a causa de sus pesadas y opresivas vestimentas, que les impedían no sólo nadar, sino moverse.
Fue famoso el caso de un joven minero llamado James Dean, que se salvo a pesar de no saber nadar. Se había aferrado con tanta desesperación a una tabla que la suerte lo hecho hacia la costa, lejos de las rocas asesinas. El muchacho no había dado importancia al huracán y se había dedicado a dormir hasta que en su camarote se abrió una inesperada vista al mar. Fue uno de los pocos que no vivió el pánico a bordo.
 
El oro o el cadáver
Luego del naufragio, hubo que resolver el problema de los bienes transportados en el barco, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de los pasajeros habían sido buscadores de oro.
Los cadáveres fueron velados en un pequeño pueblo evangelista en Gales y en los días siguientes al desastre fueron identificados por sus familiares. Estos por su parte, descargaron su indignación sobre las autoridades por preocuparse más en rescatar el oro del mar que en recuperar los cuerpos que todavía faltaban.
Aún se cuenta en la zona de Welsh, donde ocurrió el naufragio, que muchos pobladores se hicieron ricos aquel día hurgando entre sus restos
Las operaciones de búsqueda de oro continuaron infructuosamente hasta 1873. Sin embargo, hoy sigue habiendo buzos ilusionados con encontrar piezas de valor, empeñados en incursionar afanosamente las aguas que una noche supieron ser infernales.

 

 
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