Pierre Legrand navega frente a las costas de la Tortuga.
Su aventura comienza súbitamente en pleno mar, en una embarcación donde van apretados 28 hombres.
Son constantemente salpicados por las gotas del mar que chocan contra la quilla de la pequeña embarcación.
Navega al azar durante varios días y ya se le han agotado los víveres. Son las tres de la tarde. El sol cae sobre ellos implacable. Todo parece indicar que morirán de hambre.
De improviso se perfilan en el horizonte unas velas. ¡Un convoy español!
Como la embarcación es tan baja, no es avistada por las naves hispanas. Un enorme galeón navega algo separado de los otros, pesado y bien artillado.
Atacarlo a la luz del sol significaría ser hundidos antes de haberlo abordado. Pierre Legrand espera a la noche y hace jurar a sus hombres que tomarán el galeón o morirán.
Se acercan al navío. Pierre agujerea su embarcación y cuando suben por la borda del galeón, aquélla ya está medio hundida.
Todo se halla en calma en el galeón. Trepan al puente. El vigía se desploma apuñalado sin lanzar un grito. Y en seguida, se produce un gran tumulto.
Con el hacha y la pistola en sus manos, Legrand salta al comedor de los oficiales, los sorprende en plena partida de naipes.
Uno de ellos exclama: “¡Jesús! ¿Son demonios o qué?”. Los marineros son capturados en el entrepuente sin hacer gran resistencia.
Ni un solo filibustero ha sido herido. Legrand detiene el galeón. Las luces del convoy, ignorantes del ataque, desaparecen una a una.
Pierre Legrand es el primer filibustero. Es el primer “Hermano de la costa” que se aventuró al mar.
Los formidables españoles han sido vencidos con una insignificante embarcación y mucha intrepidez. Nada de ello falta a los “Hermanos de la Costa”. Pierre Legrand les ha mostrado el camino.
Cada día más convencidos, abandonan la caza y se lanzan al mar, la piratería va a ser su verdadera fuente de riqueza.
Al comienzo, bucaneros
Pero, ¿Quiénes eran los primeros “Hermanos de la Costa”? ¿Cómo llegaron hasta la Tortuga? ¿Cuál es el comienzo de la Cofradía?
Sus comienzos han quedado en el misterio. Los primeros “hermanos de la costa” no han dejado huellas.
Sin embargo, parece destacarse, la descripción de una escena: “… los indios que se escondían en esas costas los vieron un día en la playa.
Tenían la piel blanca, los cabellos descoloridos por el sol; un sable colgaba de su cintura. Aprendieron rápidamente a atrapar puercos salvajes y a secar su carne. Más tarde, llegaron otros…”
Esto corresponde a la realidad. Estos hombres, escapados del presidio, han desembarcado.
Todavía no son filibusteros, sino “bucaneros”. Y decir “bucanero” es decir quién caza y vende carne ahumada. Tendrán que pasar bastantes años antes de que se dediquen a la captura de barcos y se hagan a la mar.
La isla llamada por Colón la “Española” tenía escasa población.
Una vez conquistada los indios arawacos habían huido hacia los montes.
Los españoles se limitaron a fundar algunos villorios y a establecer plantaciones en el centro y en el este de la isla.
El oeste y el noroeste permanecieron sin ocupar. Y allí van a establecerse nuestros aventureros.
El ganado pulula por todas partes: toros, vacas, puercos han vuelto al estado salvaje. La naturaleza siempre es generosa.
Los blancos aprenden de algunos indios a conservar la carne. Igual que ellos, la descuartizan, la secan al sol, y la ahúman quemando madera verde, lo que los arawacos llaman “bucan”. El negocio consiste en vender esa carne ahumada a los barcos en travesía.
Al parecer, ese comercio de abastecimiento marítimo se desarrolla rápidamente. Es una necesidad, porque los franceses, ingleses y holandeses tienen que rellenar sus pañoles de víveres después de la penosa travesía del Atlántico.
Los puertos españoles les estaban cerrados y además tenían que evitarlos para no ser capturados.
Mejor que desembarcar en la isla y cazar los animales era comprarlos.
El pago se hacía en forma de permuta: armas, pólvora, telas y objetos de uso corriente para luego vender de contrabando.
España había prohibido a sus súbitos de América todo comercio con los demás países. Los productos de las colonias debían ser negociados y transportados por españoles y, a su vez, todas las mercancías importadas tenían que proceder de España.
Esta ley nunca fue observada fielmente. Y así surgió un contrabando del que los bucaneros sacaron gran provecho como intermediarios. Bergantines españoles se acercaban a la isla para comprar las mercancías producto de la venta de la carne seca y las frutas.
Y así se fue formado el embrión de una sociedad. Refugiados, primero; cazadores, después y comerciantes por último; los bucaneros tenían una economía rudimentaria, pero sólida.
Esta será la base para la constitución de la “Cofradía de los Hermanos de la Costa”-
Poco a poco aumentan en número. Su existencia ya es conocida en los puertos europeos.
Los barcos que se abastecen repiten el eco de su vida libre. Muchos aventureros acuden a reunirse con ellos. Protestantes, ladrones, criminales, desertores del ejército y de la marina. Todos los que temen y quieren escapar al peso de la ley.
Todavía no se habían instalado en la isla de la tortuga, que tenían a su alcance, porque, carente de ganado, no les atraía.
Sin paz
Si el rey de España los hubiera dejado tranquilos, se habrían asimilado a los colonos.
No pedían otra cosa que vivir en paz y olvidar el pasado. Pero la política del monarca hispano es bien distinta: está dispuesto a arrojar a todos los extranjeros de América, sobre todo a los protestantes.
En 1620, los españoles atacan a los bucaneros. Los bucaneros se repliegan hacia la costa.
Los españoles matan a los que encuentran y se esfuerzan desesperadamente por registrar todos los sotos y talleres.
Los bucaneros se refugian entonces en la isla de la Tortuga adonde sus enemigos no van a perseguirlos.
La lección es definitiva. Los bucaneros se quedarán allí a cubierto, por el brazo del mar que los separa de la Española, de cualquier ataque por sorpresa.
El noroeste de la gran isla seguirá siendo su terreno de caza, pero no su residencia permanente.
“La cofradía de los Hermanos de la Costa” nace, por consiguiente, después del año 1620. Pero ¿Cómo nace? Carecemos de toda referencia. Sabemos de su existencia cuando empieza a funcionar y ya se la teme.
Sueño de libertad
Cuando un hombre llegaba a la Tortuga, se le consideraba, un “hermano”.
La “cofradía” entrañaba un espíritu que había que poseer de antemano, porque era muy difícil adquirirlo.
Los tormentos que los habían arrojado de su país, las pruebas que sufrieron antes de llegar a la Tortuga, les habían dado una visión idéntica y una misma comprensión de las cosas.
Estaban unidos por el mismo objeto: fundar una sociedad para salvaguardar esa libertad arrancada a la fuerza.
Al limitar su guarida, los bucaneros ampliaron su propia liberación. Cazadores primeros, ganaderos después, van a convertirse en lobos. Su reacción es la de todo hombre acosado.
El botín es su segunda razón. El oro sigue a veces a la aventura, no siempre la precede. Sin el deseo vehemente de libertad no hubiera existido la “Cofradía de los hermanos de la Costa”
Sus leyes
En cuanto a su constitución. No existen textos escritos. La ley de la “Cofradía” tenía que ser oral.
“Ni prejuicios de nacionalidad ni de religión”, es la primera ley.
Nadie habla de un “inglés ladrón” ni de un “católico cobarde”.
Los hombres son criticados o elogiados como individuos, no como nativos de tal o cual país.
Se conservaban los caracteres nacionales y la lengua unía o dividía a los hombres pero, ningún grupo trato de imponerse al otro.
Tampoco nació del filibusterismo una nueva lengua o una nacionalidad especial.
“No existe la propiedad individual”, es la segunda ley.
Este principio no se refiere a la parte del botín que corresponde a cada uno, sino a la propiedad de la tierra. La isla de la Tortuga nunca fue dividida en lotes.
Los barcos pertenecen a toda la “cofradía”. Cuando un capitán llega a engrosar las filas de los filibusteros con su barco, pierde todos sus derechos individuales sobre la embarcación. Cualquiera que prepare una expedición podrá utilizarla.
“La cofradía no tiene la menor injerencia en la libertad de cada cual”, es la tercer ley
A nadie se le imponen trabajos forzados, ni prestaciones gratuitas ni obligatorias, ni siquiera en beneficio de la comunidad. No existen impuestos ni presupuesto general.
Tampoco hay código penal. Las querellas entre filibusteros se resolvían de hombre a hombre.
Nadie está obligado a combatir. La participación en las expediciones es voluntaria y se abandona cuando se desea. La “cofradía” jamás ha perseguido, para vengarse, a un “Hermano” que haya abandonado.
“No se admiten mujeres” es la última de sus leyes
En la isla de la Tortuga no puede ser desembarcada ninguna mujer.
Quizá lo hicieran así por ser motivo de graves disputas. La prohibición, no obstante, se refiere exclusivamente a las mujeres blancas.
Para los filibusteros, como para el resto de sus contemporáneos, la raza negra no contaba.
Las mujeres negras que eran capturadas a bordo de un barco de esclavos vivían, sin duda, en la Tortuga, pero se ignora qué clase de vida llevaban allí.
La “cofradía de los hermanos de la costa” es una sociedad exclusivamente masculina y no se preocupa de proteger a los débiles: la ley de eliminación natural funciona como en la selva.
Por otra parte, esa amplitud de derechos de cada cual es la mejor autodefensa de la “cofradía”, que sólo teme a la tiranía.
Exagerar la importancia del individuo significa evitar el nacimiento de un grupo dirigente y, por ende, de un dictador.
Los derechos de cada uno garantizan la libertad de todos.
La constitución de los “Hermanos de la Costa” es, más un evangelio para regular la conducta, que un código.
Autoriza todo lo que cada uno quiere hacer y sólo prohíbe lo que a nadie interesa.
Por el momento, en 1620, en la aurora de su historia, no son más que bucaneros.
El ataque español los ha forzado a organizarse y les ha dado la idea de lanzarse a mayores intentos. Desde ese instante, van a embarcarse y a abordar todos los navíos que encuentren a su paso.
Poco a poco el nombre de “bucanero” es sustituido por el de “filibustero”.
Filibustero, burgués y honorable
Luego de su hazaña Pierre Legrand vuelve a su tierra.
Y con esto, ocurre un hecho inaudito, único en la historia del filibusterismo y quizá en toda la historia de la piratería: los filibusteros regresan a Francia.
Dueños del barco, podían haber atacado a otros convoyes, hacerse con una flota, saquear las Antillas; han probado sobradamente su habilidad y su valor.
Prefieren la retirada silenciosa y burguesa. Vuelven directamente a Francia, sin emborracharse para celebrar su victoria, como hacen los demás filibusteros. No piensan desfilar en la Tortuga.
Pierre Legrand se instala en Dieppe, se hace propietario y muere rico, considerado, respetado como cualquier comerciante que ha ganado su dinero honradamente.
Lic. Florencia Cattaneo
Campo Embarcaciones
Bróker Náutico
Fuente: J. y F. Gall: El filibusterismo, México 1957