El 7 de julio de 1892 había sudestada en el Río de la Plata.
Ese día partirían hacia el legendario Puerto de Palos los buques argentinos que habían sido invitados por el gobierno español a la mayor concentración naval de la historia, en conmemoración de los cuatrocientos años de la llegada de los europeos a América.
En representación de la argentina estarían presentes los cruceros “Almirante Brown” y “25 de mayo” y la caza torpedera “Rosales”
Las tres naves, aquel 7 de julio ventoso, iban dejando atrás el estuario del Río de la Plata, alineadas, con las velas bajas y a media máquina. Sin embargo el viento cambió levemente de dirección para transformarse en un furioso pampero.
La caza torpedera “Rosales” navegaba al mando del capitán de fragata, Leopoldo Funes. Era una pequeña nave de apenas 550 toneladas de desplazamiento, diseñada para navegación fluvial o costera.
La dotación de la caza torpedera estaba compuesta por ochenta hombres, en su mayoría inmigrantes y cordobeses reclutados tierra adentro, sin instrucción, a tal punto que algunos verían por primera vez el mar.
En aquella época los reclutamientos de la armada eran así, las escuelas recién se estaban formando y gente aprendía el oficio a bordo.
Arreglalo rápido que salimos…
Poco antes de salir hacia España, la “Rosales” había tenido un choque en el canal de acceso a Buenos Aires con el Buque mercante “Spencer”.
Existen por lo menos, dos versiones respecto de la actitud del capitán Funes. La primera señala que consideró innecesario someter a la nave a reparaciones y no denunció el incidente a las autoridades.
Se sospecha que la razón del ocultamiento era no perderse el viaje a Europa.
La segunda versión dice que el capitán Funes da cuenta del accidente y, pasado cierto tiempo, el buque entra en reparaciones.
Pero, cuando se designa a la “Rosales” para viajar a España, las reparaciones no estaban terminadas, las planchas no habían quedado en condiciones de realizar una larga travesía y Funes no lo informa a las autoridades.
Se abrió la brecha
La madrugada del 8 de julio el cielo presagiaba una fuerte tormenta. Las olas comenzaron a barrer la cubierta de la “Rosales”.
Las constantes sacudidas abrieron una brecha en el casco del barco, ya resentido por el choque con el “Spencer”.
El agua entraba en forma lenta pero firme.
Al poco tiempo, fueron varias las planchas que se desprendieron. Las olas alcanzaban los nueve metros de altura.
El “Almirante Brown” y el “25 de mayo” habían desaparecido de la vista.
La “Rosales”, la más débil de las tres naves, estaba sola, librada a su propia suerte y a la de los hombres que la comandaban. No había posibilidad de pedir auxilio.
A las ocho de la noche, el primer maquinista de la “Rosales” informó que había escuchado un ruido bajo la caldera de proa y que posiblemente la nave había chocado contra alguna formación rocosa.
El 9 de julio el naufragio era inminente. Las bombas de achique expulsaban menos cantidad de agua de la que entraba y la proa se sumergía a simple vista.
El capitán Leopoldo Funes se reunió con sus oficiales y decidió que lo mejor era abandonar la nave.
Como siempre botes insuficientes
Una versión señala que los oficiales ordenaron que se construyera una balsa con las maderas que se encontraban a mano. Alguna fuente señala incluso que fue el mismo capitán quien ordenó la construcción de la balsa destinada a albergar a 15 náufragos (casi una broma de mal gusto si se tiene en cuenta que había que salvar a 80 hombres)
Lo cierto es que el capitán Funes, con premura ordenó embarcar a los contramaestres y oficiales en los botes. La lancha de rescate fue destinada a los maquinistas, los oficiales, dos marineros y el comandante. Así abandonaron la nave.
¿Qué pasó con el resto de la tripulación?
Lo cierto es que se salvaron únicamente las personas que iban a bordo de la lancha de la oficialidad, con el capitán Funes incluido.
De los suboficiales y contramaestres no se supo más. Ni siquiera aparecieron cadáveres o uniformes flotando en el río, en alta mar, o en las costas.
Héroes de cartón
El 10 de julio, el sol comenzaba a asomar en la costa uruguaya. La tormenta había quedado atrás. El grupo formado por veinticuatro náufragos de la oficialidad sabía que pronto tocaría tierra.
Después de mucho remar, a las cinco de la tarde divisaron Cabo Polonio.
Sin embargo, al llegar, la lancha chocó contra los peñascos costeros y volcó. Los náufragos fueron despedidos a diestra y siniestra.
Finalmente, fueron rescatados por unos cazadores uruguayos, que los llevaron en carro hasta el primer poblado.
Luego del accidente los sobrevivientes se reducirían a diecinueve.
Una semana después de la partida, el 15 de julio, los náufragos de la “Rosales” llegaron al puerto de Buenos Aires.
En un primer momento, fueron considerados héroes y como tales los recibieron en el puerto importantes personalidades del gobierno. Incluso se organizó una colecta popular para comprar un buque gemelo a la “Rosales”.
Sin embargo había algo que molestaba un poco: ¿Cómo pudo ocurrir que el capitán Funes no siguiera la ley del mar y se hundiera con su barco? Más aún considerando que la mayor parte de la tripulación había muerto ahogada.
Y otra pregunta: ¿Por qué no se distribuyó a la oficialidad en los distintos botes?, ¿Por qué se dejó al resto de los náufragos, tripulación inexperta y novata, sin dirección a bordo?
Estos interrogantes, en forma de oscuros rumores, ganaron la calle. Como consecuencia, los diecinueve sobrevivientes de la “Rosales” fueron llevados de inmediato presos e incomunicados a una dependencia de la Armada.
La cruda verdad
75 años después, el periodista e investigador Osvaldo Bayer publica en los números 2 y 3 de la revista Todo es Historia un artículo que hasta la fecha es considerado una de las fuentes más relevantes sobre el hundimiento de la “Rosales”
En este artículo, Osvaldo Bayer hace referencia a otro artículo aparecido en la Nación el 13 de setiembre de 1892, en el que realiza declaraciones un italiano llamado Antonio Batalla, de 19 años, supuesto sobreviviente de la “Rosales”
El artículo transcripto comentaba: “Antes de abandonar el buque, el contramaestre que se decía había sido encargado de dirigir la balsa, fue designado para encerrar al resto de la tripulación en la bodega, que desesperada sobre cubierta clamaba por qué no se la dejara abandonada, en tanto que la oficialidad, revólver en mano la rechazaba.
Fue en aquel momento que Batalla fue herido de un hachazo en la pierna en el instante en que trataba de subir al bote y fue también en aquel momento en que el citado contramaestre era muerto de un balazo por otro oficial, alegando el estado de enfermedad en que se encontraba.
A raíz de este artículo aparecido en la Nación, el oficial Jorge Victorica retó a duelo al director del diario, hijo de Bartolomé Mitre. Pero a pesar de este gesto, todo el periodismo se hizo eco de los rumores.
El Juicio
En tanto, el juicio contra el capitán Funes y contra los demás sobrevivientes había Comenzado.
Fue nombrado fiscal para investigar los hechos el contralmirante Antonio Pérez, quien sufrió toda clase de presiones y cuando se aprestaba a dictar sentencia contra el comandante del “Rosales”, sobreseyendo al resto de los oficiales, repentinamente renunció “por razones de salud”.
Fue reemplazado por el capitán de navío Jorge Lowry, que gozaba de fama de incorruptible y recto, quien pidió la pena de muerte para el Capitán Funes por pérdida de su buque y culpabilidad criminal por abandono voluntario y criminal de su tripulación, diez años de prisión para el segundo comandante, diez años para otro oficial, seis para el resto de los náufragos y una menor para Batagglia por haber contribuido al esclarecimiento de los hechos.
Todavía hoy, siguen existiendo voces que se levantan en defensa del Capitán Funes, entre ellas la del Capitán de fragata Aldo Néstor Canceco, que sostiene: “Hay dieciocho testimonios que afirman que el capitán Funes ordenó la construcción de una balsa y que obró correctamente. Se puede discutir el proceder de Funes, pero nadie puede saber cómo va a reaccionar en una situación extrema como es un naufragio, hasta que eso le sucede. Si se equivocaron lo hicieron de buena fe y no emborrachando a los marineros para encerrarlos bajo llave en el pañol, como dijo Battaglia”
Finalmente, el fallo del tribunal militar, fue de absolución.
El único que recibió un castigo simbólico fue el comandante de la “Rosales”, al que se condenó a inhabilitación por un año por impericia en la navegación.
Los sobrevivientes alcanzaron la edad del retiro sin haber ostentado cargos de relevancia, a excepción del Alférez Julián Irisar, que se convirtió en el comandante de la Corbeta “Uruguay”
El capitán Leopoldo Funes jamás volvió a comandar un buque. Se lo destinó a tareas administrativas y terminó su carrera al frente de un juzgado para personal subalterno. Nadie más indicado para hacer justicia…
El Naufragio en el celuloide
Estos hechos se mantuvieron en la oscuridad hasta que Osvaldo Bayer hizo pública su investigación en 1967. Y Noventa años después del vergonzoso hundimiento de la “Rosales”, el caso fue llevado al cine por el director David Lipszyc, con un libreto adaptado por Cernadas Lamadrid y Ricardo Halac.
Lic. Florencia Cattaneo
Campo Embarcaciones
Bróker Náutico
Fuente: Adriana Carrasco; Catástrofes en el Mar