En 1629 las islas Abrolhos fueron el escenario de un motín sangriento y una masacre sin igual en la historia marítima.
Las Abrolhos, cuya traducción es “abrid los ojos”, fueron denominadas así como aviso a los navegantes por tratarse de un conjunto de islotes y arrecifes coralinos muy peligrosos.
Estas islas se encuentran a unas 50 millas de la costa occidental de Australia.
La historia comenzó a bordo del Batavia. Se trataba del buque más nuevo de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (VOC)
El 27 de octubre de 1628 el Batavia zarpó de Ámsterdam, Holanda, en su viaje inaugural hacia las indias, bajo el mando del Capitán Francisco Pelsaert.
En el buque viajaban, el navegante Ariaen Jacobz y el segundo oficial Jeronimus Cornelisz. Estos dos hombres serán los catalizadores de los hechos sangrientos que luego se desencadenarían.
El Batavia llevaba un rico cargamento: 250.000 florines de plata, una valiosa colección de joyas y platería; Y un cargamento insólito: arenisca para un portal.
A bordo viajaban 316 personas, incluyendo un destacamento de soldados, mujeres y niños.
Lio de polleras
Entre las mujeres iba Lucrecia Van der Myler, quien iba a reunirse con su esposo en oriente. Durante el viaje recibió más atenciones que lo ordinario. Se comentaba que el capitán Pelsaert tenía amores con ella y que el navegante Jacobsz pretendía tenerlos.
Lucrecia rechaza a Jacobsz y solicita ayuda a Pelsaert.
En ese momento comienza el germen que llevará a todos al desastre.
Pelsaert preocupado por el comportamiento cada vez más resentido y libertino de Jacobsz y se lo confiesa a al Jeronimus Cornelisz.
Sucede aquí un extraña situación. El capitán se confiesa a Cornelisz y Cornelisz se emborracha con Jacobsz, y juntos traman el motín.
Piensan que con el Batavia, podrán piratear por las Indias y organizan un plan: Un grupo de marineros asaltará a la hermosa Lucrecia y Pelsaert se verá obligado a intervenir. En el momento en que aplique el castigo sobre cubierta, en presencia de la tripulación, los amotinados se harán con el control de la nave y dejarán a Pelsaert de alimento para los peces
Lo menos pensado
Sin embargo el plan se enfrentaría a un gran obstáculo. La noche del 4 de junio de 1629, con la marea alta, el Batavia se embarrancó en un arrecife frente a uno de los islotes Abrolhos.
El choque fue tan violento que más de un centenar muere ahogado. La nave ya no podrá salvarse.
Sin embargo, más de doscientas personas logran llegar a tierra firme.
Mientras tanto, los conspiradores se hacen de las armas y el alcohol de la bodega, en previsión de lo que pudiera suceder.
Lo más grave para los que llegaron a las islas fue la falta de agua potable. En ésta crítica situación Pelsaert, Jacobsz y otros 45 hombres se embarcaron en dos botes y emprendieron viaje hacia el puerto de Yacarta para dar la voz de alarma y regresar con una misión de rescate.
Esta súbita alianza de Jacobsz con Pelsaert, muestra que en esta crisis ambos vieron su única oportunidad de salvación en una tregua temporal.
El 7 de julio, después de 29 días y 1.500 millas de navegación, Pelsaert y sus expedicionarios llegaron al puerto javanés. El Gobernador Coen le puso a Pelsaert al mando del Sardam y le pidió que regresara para rescatar a los supervivientes y recuperar el tesoro. Jacobz acabó en la cárcel por sus errores de navegación.
El cementerio de Batavia
La mayoría de los supervivientes se quedará en una de las islas que más tarde se conocerá como el cementerio de Batavia.
La isla quedó al mando de Jeronimus Cornelisz que resultó ser un verdadero genio del mal.
Cornelisz pensaba matar a todos los que no entraran en sus planes de convertirse en pirata y apoderarse del buque de rescate que Pelsaert traería de regreso.
Se da cuenta de que hay un hombre que puede discutir su mando. El soldado Wiebbe Hayes.
Mientras tanto, en el islote el número de supervivientes había empezado a descender rápidamente. Cornelisz Convenció a Hayes de que debía ir en busca de agua en los islotes aledaños, junto con sus cuarenta y seis soldados, pero antes lo persuadió de que les dejara las armas.
Haye acepta y en ese momento, libre ya de oposición comienza el terror. Cornelisz se envolvió en togas color escarlata, hechas con paños recuperados, se volvió un violento autócrata y dio rienda suelta a los rufianes que lo apoyaban.
Matan hombres, mujeres y niños. No faltará la violación, y Lucrecia terminará como esclava de Cornelisz. La orgía de sangre termina a los pocos días, cuando ya son ciento veinticinco los muertos.
Algunos hombres logran escapar e informan a Hayes de lo sucedido.
El cabo ordenó a sus hombres fabricar armas con restos de maderas, para emplear junto con los pocos mosquetes que habían conservado.
Hayes sabía que más tarde o más temprano Cornelisz llegaría para acabar con ellos y decidió construir un pequeño fuerte amurallado con las rocas de la isla.
Efectivamente, los amotinados lanzaron un ataque contra los soldados de Hayes pero éstos les repelieron en dos ocasiones, gracias a su mayor experiencia de combate.
Las fuerzas de Hayes lograron capturar a Cornelisz durante el segundo ataque y los amotinados restantes se disponían a atacar de nuevo por mar, pero justo en ese momento divisan la llegada del Sardam
Llegó el rescate
Sentados en su bote, los amotinados comprendieron que sólo tenían una oportunidad de salvarse.
Hayes entendió enseguida lo que pensaban hacer los amotinados y corrió con cuatro de sus hombres a un pequeño bote que habían recuperado durante la batalla.
Ambas tripulaciones remataron con todas sus fuerzas hacia el Sardam, unos para avisarles y otros para degollarles.
Hayes interceptó a Pelsaert, que se dirigía en un bote auxiliar al islote más elevado y pudo advertirle sobre el motín.
Pelsaert regresó de inmediato al Sardam, preparó los cañones, armó a la tripulación y obligó a los amotinados a rendirse. Con los insurrectos encadenados en la bodega, los buzos lograron recuperar la mayoría de los cofres de joyas y monedas. Entonces sometieron a juicio a los amotinados.
Juicio a los culpables
Lo que sucedió a continuación fue casi tan horrible como el terror desatado por Cornelisz.
Según las leyes holandesas de la época, si existían fuertes sospechas de culpabilidad, Pelsaert estaba autorizado a torturar a los reos para extraer sus confesiones. El proceso duró diez días
A ocho de los amotinados les ahorcaron en la isla de Seal, condenados por una serie de asesinatos truculentos.
A Cornelisz le cortaron ambas manos antes de ahorcarle, a cuatro amotinados más sólo le cortaron la mano derecha y los tres restantes murieron ahorcados con las manos intactas.
Otros fueron condenados por varios crímenes y los pasaron por la quilla, les azotaron o los abandonaron en un islote.
El recibimiento dispensado a Pelsaert a su regreso a Batavia no fue precisamente cálido, a pesar de haber recuperado la mayor parte del tesoro de la compañía.
No sólo se cuestionó la legalidad del juicio y de las ejecuciones, sino que se llegó a sugerir que Pelsaert había querido apropiarse de una parte del botín.
Falleció apenas unos meses más tarde, con la salud y la moral destrozadas por los acontecimientos.
Jacobsz fue sometido a juicio y sufrió dos años de torturas en la cárcel, pero se resistió a confesar su papel en el motín; no se sabe cómo acabó sus días.
Durante muchos años el lugar preciso del naufragio fue un misterio, hasta que en 1960 se desenterró un esqueleto en la isla Beacon, en el archipiélago wallabi.
Lic. Florencia Cattaneo
Campo Embarcaciones
Bróker Náutico
Fuentes: Peter D. Jeans; Mitos y leyendas del mar
Nigel Pickford; Atlas de Tesoros Hundidos