“No es importante ser el primero. Lo importante es ser el que sale con vida”. (Bertolt Brech).
El 13 de marzo de 1841, el barco de bandera norteamericana, William Brown, salió de Liverpool, Inglaterra rumbo a Filadelfia. A bordo viajaban 17 tripulantes y 65 pasajeros en su mayoría escoceses e inmigrantes irlandeses.
En la noche del 19 de abril, a 250 millas de terranova, el William Brown choca contra un iceberg y comienza a hundirse rápidamente.
El barco contaba con dos botes salvavidas. Uno pequeño y otro un poco más grande.
El capitán George Harris y gran parte de la tripulación alcanzaron a abordar el bote más pequeño mientras que los demás tripulantes y unos 30 pasajeros lograron subir al bote más grande.
Aproximadamente la mitad del pasaje, unas treinta y cinco personas, se hundieron con el barco.
Los pasajeros en su mayoría vestidos con sus ropas de cama comenzaron a sentir el frío del Atlántico y la suerte empeoró cuando a las pocas horas se desata una lluvia torrencial.
Hasta aquí los dos botes permanecieron juntos. Al día siguiente el capitán Harris decide separarse para aumentar las chances de ser vistos y rescatados.
Antes de que las olas los separaran, el primer oficial Francis Rhodes mantuvo una conversación bote a bote y a los gritos con el capitán Harris.
Dijo que su barco estaba demasiado lleno y que algunas personas tendrían que ser arrojados por la borda para evitar que se vuelque.
Fue entonces que el capitán Harris le contestó: “Sé lo que tendrás que hacer. No hables de eso ahora que sea el último recurso”
¡Hombres ponerse a trabajar!…
A lo largo del día 20 de abril y sobre todo en la noche, la lluvia y las olas empeoraron. El bote más grande y lleno de pasajeros comenzó a hacer agua y de nada parecía servir el achique constante.
A las 10 de la noche Rhodes lanzó un grito de desesperación: “No todos podemos vivir, algunos de nosotros han de morir”
El bote estaba lleno de agua y uno de los oficiales que achicaba desesperadamente grito: “Este trabajo no es suficiente. Ayúdame Dios. Hombres ponerse ya a trabajar”
La tripulación como si no comprendiera lo que el oficial intentaba ordenarles no respondió.
Varios de los pasajeros gritaron: ¡El barco se está hundiendo! Dios se apiade de nuestras almas…
Fue entonces cuando Alexander Holmes, un marinero simple pero muy respetado por los pasajeros y la tripulación, junto con otras personas comenzaron a lanzar gente por la borda.
El primero en irse fue un pasajero llamado Riley a quién Holmes le pide que se ponga de pie y de un súbito empujón lo deja fuera.
Luego fue el momento de Charles Collin quién desesperado gritó: “Holmes querido, seguro que no querrás que muera”. Si Charley – contestó Holmes- tendrás que ir también.
Otro de los pasajeros, James MacAvoy pidió cinco minutos para decir sus oraciones, a continuación se levantó, se abrochó el abrigo y saltó por la borda
Frank Askin ofreció cinco soberanos para salvar su vida hasta la mañana siguiente diciendo: “Si dios nos envía un poco de ayuda, vamos a un sorteo, y si la suerte cae sobre mí, iré como un hombre”
Pero Holmes le respondió: “No quiero tu dinero Frank” y lo puso sobre la borda.
Askin luchó como loco contra su verdugo y luego de estar a punto de hacer zozobrar el bote se cayó por la borda.
Las siguientes fueron las dos hermanas de Frank, una porque insistió en reunirse con su hermano y la otra porque la echaron.
Una de ellas antes de saltar dijo: “ya no me importa seguir viviendo…hay que ir a trabajar o moriremos todos”
Este proceso espantoso siguió durante la noche. Los marinos no tenían piedad por los vínculos de parentesco: tíos y sobrinas, hermanos y hermanas, incluso el tutor de un niño huérfano…Los echaron a todos por la borda para salvar a los que permanecían en el bote.
Al parecer el hombre que había iniciado el proceso, Rhodes, sintió repugnancia ante la matanza indiscriminada, pero sólo intervino en una ocasión para salvar a un hombre cuya esposa había insistido en saltar junto con él.
Cuando la tripulación concluyó su trabajo 16 personas (14 hombres y 2 mujeres) fueron expulsadas al agua helada.
Rescate Inoportuno
Irónicamente, poco después de que echaran por la borda al último de los pasajeros elegidos, uno de los marineros avistó un buque norteamericano que se dirigía hacia ellos, el Crecent.
El capitán George Ball subió a los sobrevivientes a bordo y se dirigió a El Harvre, donde los cónsules británico y estadounidense interrogaron a todos los pasajeros y marinos del fatídico bote.
Curiosamente algunos de los pasajeros defendieron las acciones de los marinos, pero otros no se encontraron tan comprensivos.
Se armó un gran revuelo en la prensa. No obstante, las autoridades inglesas y norteamericanas decidieron que no tenía mucho sentido presentar cargos, ya que los marinos habían seguido los usos y costumbres de la mar.
Salvados en cuerpo… ¿Y alma?
Sin embargo, unos meses más tarde, algunos pasajeros aseguraron que deliberadamente se habían echado por la borda a los católicos irlandeses, para salvar a los escoceses protestantes.
Naturalmente, esta acusación generó un profundo malestar; por hábil manipulación de los hechos, abogados, políticos y empresarios conspiraron para acusar a Alexander Holmes.
El marino se convirtió en un chivo expiatorio. Fue procesado por homicidio y se enfrentó a las declaraciones de los pasajeros que él había trabajado para salvar.
El juez lo declaró culpable de homicidio sin premeditación y recomendó clemencia, tras imponerle una sentencia de seis meses de trabajos forzados en la cárcel.
Para ese entonces, Holmes había pasado ya seis meses encerrado a la espera del juicio y luego de la sentencia lo soltaron de inmediato.
Hubo cuestionamientos sobre cuál había sido el criterio empleado por la justicia. ¿Acaso no se había limitado a obedecer las sugerencias del capitán, sobre la necesidad de que algunos murieran para que los demás sobrevivan?
En cuanto al capitán, lo rescataron con los demás supervivientes en el otro bote seis días después del hundimiento del William Brown.
Aparte de los síntomas de congelación, todos estaban bien; no se contempló la posibilidad de juzgar al capitán Harris porque no había violado ley alguna.
Ética del bote salvavidas
El sensacional juicio “Estados Unidos Vs Holmes” ayudó a crear un cuerpo de leyes que más tarde se conoció como la “ética del bote salvavidas” y abrió camino a numerosas reformas en alta mar
Este suceso explora muchos de los aspectos irritantes y fascinantes del lado oscuro de la naturaleza humana
¿Cómo decidir quién muere y quién se salva? ¿Bajó que circunstancias hay que seleccionar? ¿Tendremos el valor de hacerlo llegado el caso? ¿Nos atreveríamos?
Preguntas difíciles todas. Y las preguntas continúan así como continúa Neptuno cobrando víctimas luego de más de 160 años de este episodio.
Lic. Florencia Cattaneo
Campo Embarcaciones
Bróker Náutico
Fuente: Peter D. Jeans; Mitos y leyendas del mar