Si no visualiza correctamente este mail, haga

Billy Bud Marinero

by | Relatos de Navegantes

Durante el verano de 1797, en el estrecho de Dover, el HMS Bellipotent de setenta y cuatro cañones se cruza con el mercante inglés “Derechos del Hombre”

El navío de guerra que había zarpado apresuradamente y con tripulación incompleta, intercepta al mercante para reclutar marineros.

A bordo del “Derechos”, el teniente Ratcliffe sólo elige a Billy Budd, un joven gaviero de veintiún años.

Para gran alegría del teniente, Billy no puso objeciones y mientras iba en busca de sus cosas el capitán del mercante rompe el silencio:

—Teniente, vais a llevaros a mi mejor hombre.

—Sí, lo sé —replicó Ratcliffe.

_ Disculpad, teniente, pero vos no entendéis. Antes de que ese joven se embarcase, la tripulación era un nido de disputas. Billy puso paz entre ellos. Todos lo quieren y somos como una familia feliz. Pero ahora, teniente, si lo lleváis, vais a llevaros a la joya que procura la paz aquí.

—¡Bueno! —dijo divertido el teniente- ¡Bienaventurados los que procuran la paz!

En el bote el nuevo recluta se puso de pie y se despidió alegremente de sus compañeros saludándolos con el gorro.

Luego, exclamó: —Y adiós a ti también, viejo “Derechos del Hombre”.

—¡Sentaos! — gritó el teniente, reprimiendo su sonrisa. El comportamiento del joven suponía una terrible violación del decoro naval. Pero todavía nadie se lo había enseñado.

El marinero bonito

Una vez a bordo  del Bellipotent, Billy fue asignado a la gavia de estribor.

Era alegre y de expresión adolescente.

De rostro imberbe y de tez pura, era tan guapo y viril que su rostro exhibía el mismo aire con que los griegos retrataban al fuerte Hércules.

No sabía leer, pero sí cantar y componía a veces su propia canción. No obstante, tenía un defecto: Tartamudeaba cuando se sentía inseguro.

El signo de los tiempos

En abril de ese mismo año, se había producido un motín en Spithead seguido en mayo de otro más grave en el “Nore” conocido como «el gran motín».

Ambas revueltas se desataron en protesta por los malos tratos que sufrían las tropas en manos de la Armada.  

Luego de que Gobierno hizo algunas concesiones, los levantamientos fueron sofocados con dificultad.

Mejoraron la calidad de la ropa y la comida, aunque, el sistema de levas forzosas siguió aplicándose.

Este modo de dotar a la flota era imposible de erradicar. Su abolición habría paralizado a una Armada que multiplicaba sus barcos y cuyos miles de cañones y velas se manejaban a puro músculo.

Un fuera de serie

Sin embargo, a bordo del Bellipotent nada hacía sospechar la posibilidad de motín.

Su capitán, el honorable Edward Vere, de 40 años era un marinero destacado. Había participado en numerosas batallas y siempre había demostrado preocupación por sus hombres. Era prudente, aunque no toleraba la indisciplina. Le gustaba la lectura y tenía aficiones intelectuales.     

No vale la pena entrar en detalles sobre los demás oficiales del Bellipotent, pero si, concentrarse en el maestro de armas, John Claggart.

Claggart era alto, bien parecido y de rostro notable.

A pesar de su mirada autoritaria, cuando no estaba de servicio, parecía un hombre de gran calidad social y moral.

El respeto a la autoridad, un don especial para el fisgoneo y un austero patriotismo, contribuyeron a su ascenso como maestro de armas.

Te la tiene jurada…

A Billy Budd le sentaba bien la vida de gaviero. Era ágil, fuerte y se llevaba bien con sus compañeros. 

Impresionado, luego de haber presenciado un castigo a bordo, procuraba no molestar a nadie y estaba siempre dispuesto.

Grande fue su sorpresa cuando fue reprendido por no estibar bien un saco. ¿Cómo era posible, con el cuidado que ponía en todo?

Preocupado buscó consejo en un viejo danés que montaba guardia en el palo mayor.

—Bueno, danés, ¿qué opinas?

El anciano lo miró y dijo lacónico: —“Bebé Budd”, Claggart, te la tiene jurada

Billy abriendo los ojos preguntó —¿Por qué? si él me llama «ese muchacho tan dulce y amable».

—Porque te la tiene jurada, “Bebé Budd”.

Bonito el que hace algo bonito…

Al mediodía siguiente, el barco navegando en popa cabecea y Billy, que almorzaba con sus compañeros, sin querer, vuelca la sopa sobre la cubierta recién fregada.

Claggart, pasaba por ahí y el líquido grasiento se cruzó en su camino.

Se paró y estuvo a punto de insultar al marinero, pero se contuvo, señaló la sopa derramada y dijo: «¡Muy bonito, muchacho! ¡Y bonito es quien hace algo bonito!»

Billy estaba de espaldas y no llegó a ver la sonrisa burlona de Claggart mientras lo decía.

Todos rieron, Billy también y exclamó: —¿quién dice que me la tiene jurada? —Y ¿quién lo había dicho guapo? —preguntó sorprendido un tal Donald.

La oscuridad del alma

¿Qué le ocurría al maestro de armas? ¿Qué problema podía tener con Billy?

El temperamento de Claggart en apariencia apacible escondía un corazón en total rebeldía con la razón. 

Un corazón de naturaleza malvada, una locura ocasional que sólo la despierta un objeto en particular. 

Tenía buen aspecto y un rostro agraciado. Pero la figura de Billy era heroica y estaba iluminada desde adentro.     

Pero ¿es la envidia tan monstruosa? La  de Claggart no era una envidia vulgar. Era algo más profundo.

Veía con recelo la alegría de vivir de Billy e intuía que el marinero en su simpleza jamás había sentido resentimiento por nadie.

El maestro de armas era la única persona a bordo que podía apreciar el fenómeno moral que representaba Billy y eso intensificaba el desdén más cínico, el desdén por la inocencia.

Es mejor que te va-vayas…

Días después, a Billy le ocurrió algo que lo dejó perplejo. 

Durante una noche cálida, mientras dormitaba en cubierta alguien le susurró al oído:

«Escabúllete entre los cadenotes de sotavento, Billy; se está cocinando algo. Deprisa, nos veremos allí», y desapareció.

Billy, como muchas personas de bien tenía cierta incapacidad para decir “no” y confundido se dirigió al lugar.

Allí, el guardia de popa le dijo susurrante: – Chitón, ¡Billy! A ti te reclutaron a la fuerza,  ¿no? A mí también y hay muchos más. ¿Nos podrías… ayudar un poco… si la cosa se pone fea? —¿Qué quieres decir? —preguntó Billy,

—Mira—y le da dos objetos pequeños que apenas brillaban—Toma, son tuyas, Billy, solo si…

Pero Billy le interrumpió y nervioso empezó a tartamudear: —Maldición. ¡No sé qué es lo que qui-quieres, ni qué es lo que estás di-di-diciendo, pero será me-mejor que te va-vayas! -Y el guardia se marchó.    

El incidente desconcertó amargamente a Budd. Cuantas más vueltas le daba, más confuso, e inseguro se sentía.

Por fin, se decidió y se lo contó al viejo danés.

El viejo marino adivinó más de lo que Billy le había contado y dijo: —¿No te lo había dicho, “Bebé Budd”?  Claggart te la tiene jurada.

—Y    ¿qué tiene que ver Claggart con ese guardia de popa? —replicó sorprendido. Pero el viejo danés no le contestó.

Debajo de las margaritas se esconde el cepo

Y así fue como cierto día, Claggart interceptó al capitán en cubierta pidiendo su atención.

El capitán preguntó: —¿Qué ocurre, maestro de armas?

Claggart hizo un gesto de sumisión y habló. Dijo que en los últimos tiempos había albergado la sospecha de que estaba en marcha un motín auspiciado por un marinero.

—Decís que hay un hombre peligroso a bordo. Nombradlo.

—William Budd, un gaviero, su señoría.

—¡William Budd! — repitió el capitán Vere con sincera sorpresa.

—El   mismo, su señoría; pese a toda su juventud y su apostura, no es trigo limpio. Se está ganando la voluntad de sus camaradas para que, en caso de apuro, hablen en  su favor.

Solo habéis reparado en sus bellas mejillas. Pero debajo de las margaritas puede ocultarse un cepo. Veré pensó en esta última frase y desconfió del informante.

—¿Venís a mí, maestro de armas, con una historia tan vaga?  Decidme algo que confirme las acusaciones que acabáis de hacer. ¡Pero ten cuidado!

El maestro de armas se incorporó con un gesto de virtud ofendida, expuso ciertos hechos y palabras que en conjunto inculpaban mortalmente a Budd.  

Incrédulo, el capitán decidió confrontar al acusador y decidió reunir a Claggart y Budd en su camarote.  

¡Muerto por un ángel!

Cuando el gaviero se encontró allí, se llevó una buena sorpresa. El joven marinero imaginó: «El capitán me ve con buenos ojos. Tal vez quiera nombrarme patrón de su lancha y pedirle al maestro de armas referencia mías»

Luego el capitán dijo: – Bueno, maestro de armas, decidle a la cara a este hombre lo que me habéis dicho— Y se dispuso a examinar los rostros enfrentados.

Claggart se acercó a Billy y, mirándolo a los ojos, repitió la acusación.

Al principio, Billy no entendió. Pero cuando lo hizo fue como si lo hubiesen amordazado.

—¡Habla, hombre! —le espetó el capitán. ¡Defiéndete!

Billy comenzó a tartamudear

—No hay prisa, hijo. Con calma. – Contrariamente al efecto deseado, esas palabras paternales lo conmovieron más y lo paralizaron.

Un instante después, el brazo derecho de Billy salió disparado, y Claggart se desploma.

El golpe acierta de lleno en la frente del maestro de armas, que cae y queda inmóvil.

¡Desdichado! —suspiró el capitán Vere—, ¿qué has hecho?

El tono paternal del capitán fue sustituido por el militar y le ordenó que se retirase a la recámara. Billy obedeció mecánicamente.   

Vere estaba Consternado—¡Muerto por un ángel de Dios!  Pero ¡el ángel habrá de ser colgado!

La tragedia era tal que el capitán convocó de urgencia a un consejo de guerra integrado por tres de sus oficiales.

Solo el muerto lo sabe…  

El juicio se celebró en  el mismo camarote donde había ocurrido el desdichado incidente.

Se leyeron los cargos contra Billy Budd que ya calmado se defendió diciendo:

—No tengo resentimiento. Nunca le deseé ningún mal al maestro de armas. Lamento que haya muerto. No era mi intención matarle. De haber podido hablar no lo habría golpeado. Pero mintió en presencia de mi capitán. ¡que Dios me ayude!

Entonces, el capitán dijo compasivo: -Te creo, muchacho-.

Le preguntaron si sabía o sospechaba de algún motín.

Billy tardó en contestar. Recordó el episodio con el guardia de popa, pero su respuesta fue negativa

—Una pregunta más —dijo uno de los oficiales preocupado— ¿Qué motivos tenía el maestro para mentir con tanta inquina?

Billy se quedó perplejo y miró implorante al capitán.

Vere, se dirigió al interrogador: — Esa respuesta sólo la tiene el muerto.

Sin más, Billy fue devuelto como prisionero a la recamara de popa.

La ley vs la conciencia

Los tres oficiales debían tomar una decisión cuanto antes.

El capitán dijo entonces: – Caballeros, estamos ante un caso excepcional que debemos resolver de manera práctica.  Debemos desafiar nuestros escrúpulos, avanzar y pronunciarnos.

Según el derecho Militar, la muerte del maestro constituye un delito capital que se castiga con la muerte. Pero, según el derecho natural: ¿debemos considerar únicamente los actos del prisionero?, ¿Cómo vamos a enviarlo a una muerte vergonzosa si nos consta que es inocente a los ojos de Dios?

Y agregó: -Veo que asentís con tristeza, pero cuando se declara la guerra, ¿se nos consulta previamente? Combatimos siguiendo órdenes y si la aprobamos o no, poco importa.

El capitán continuó su argumento: – Si en este caso condenamos a muerte: ¿Seríamos nosotros quienes condenamos o el Código Militar a través nuestro? No somos responsables de dicha ley ni de su rigor.       

—Sí, señor —le interrumpió emocionado uno de los oficiales — Pero estoy convencido de que Budd no pretendía ni amotinarse ni matar a nadie.

—Sin duda, mi buen amigo. Y, ante otro tribunal, eso sería un atenuante y podría ser absuelto, pero ¿aquí? Aquí debemos regirnos por la Ley de Amotinamiento y tener en cuenta las consecuencias de la clemencia.      

La tripulación —continuó —conoce nuestras costumbres navales ¿cómo creéis que lo interpretaría?

Para ellos, se cometió un homicidio y saben cuál es la pena. Si no se aplica, pensaran que nos acobardamos, que les tenemos miedo, y que no aplicamos el rigor legítimo por miedo a nuevos disturbios.

Pero os imploro, amigos míos, que no me malinterpretéis. Yo también compadezco a ese desdichado muchacho.      

Finalmente, Billy  Budd fue hallado culpable y sentenciado a ser colgado por la mañana.

Corazón en calma

Fue el propio capitán Vere quien, por voluntad propia, comunicó al prisionero el veredicto. Aparte de la sentencia, nadie supo lo que hablaron durante media hora.      

El mar estaba tranquilo; y     la luna, que acababa de salir estaba casi llena.

Un grupo de suboficiales se hizo cargo del cadáver de Claggart y lo preparó para el funeral. El maestro de armas fue entregado al mar con todos los honores.

Mientras tanto, en la recamara yacía el marinero bonito tumbado boca abajo entre los dos cañones. Luego de la conversación a puerta cerrado con el capitán Veré su corazón estaba en calma.

Dios bendiga al capitán

El día despuntaba y a las 4 de la madrugada sonaron los silbatos que convocaban a presenciar el castigo.

El capitán Vere se hallaba en la popa. Los infantes de marina esperaban en formación.

Llevaron al prisionero bajo el penol del trinquete. El capellán ofreció consuelo espiritual a Billy mientras, dos ayudantes del contramaestre ultimaban los preparativos: Se acercaba la consumación.

Billy mirando a popa en el penúltimo momento, pronunció unas palabras, claras y sin tartamudeos: «¡Que Dios bendiga al capitán Vere!».     

Mecánicamente, todos de proa a popa como una sola voz repitieron: «¡Que Dios bendiga al capitán Vere!» aunque en aquel instante, solo Billy estaba en sus corazones, y en sus ojos.

Cuando la figura izada llegó al penol, el único movimiento a bordo fue un lento balanceo del casco con el mar en calma.    

Luego, los hombres regresaron en orden a los lugares asignados. Para entonces ya era pleno día.

Más allá de la ficción

Este relato es un apretado resumen de “Billy Budd, marinero” una historia de ficción escrita por Hernan Melville en la que refleja la idiosincrasia de la época en la que le tocó vivir.

Esta obra nos hace meditar sobre las diferencias sociales, la superioridad intelectual y la manipulación, sobre la autoridad y su ejercicio del poder, sobre la individualidad y la diferencia.

Por ello, la sensación de frustración nos acompaña durante todo el viaje.

Lic. Florencia Cattaneo

Campo Embarcaciones

Bróker Náutico

Fuentes:

Herman Melville; Billy Budd, marinero

Adela Baleta; Billy Budd marinero: Conjunción de críticas a una época

Largometraje La fragata infernal (Billy Budd) año 1962. Director: Peter Ustinov