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El galeón de Tobermory

by | Relatos de Navegantes

Uno de los tesoros más buscados se encuentra bajo las protegidas aguas de la bahía de Tobermory en la costa occidental de Escocia.

Según rumores, a bordo del galeón hundido en esas aguas viajaba un tesoro de oro y joyas valuado en 30 millones de libras.

Por más de cuatro siglos, reyes y duques se han disputado sus derechos.

En su búsqueda, se han perdido vidas y muchos han quedado en bancarrota.  

Sin embargo, durante mucho tiempo no se conoció siquiera el nombre del barco.

Un misterioso galeón español

En setiembre de 1588, un galeón español bien armado, tocó la isla de Mull, impulsado allí por el mal tiempo.

Estaba críticamente dañado y buscaba refugio. Se trataba de uno de los buques de la armada española en retirada luego de la derrota ante la flota británica.

Eésta gran nave en las desiertas aguas de esta isla escocesa impresionó a los lugareños.

Se dijo que pesaba 1400 toneladas y que llevaba 800 soldados y 80 piezas de artillería.

Al llegar, el capitán del galeón pidió, con notable arrogancia, alimento y agua

El jefe local, MacLean le respondió: “No es mi deber escuchar a mendigos insolentes. Sin embargo, si nos prestan 100 hombres armados podrán tener toda la comida que pretenden, siempre y cuando, paguen por ella”.

Cerraron trato y los españoles cedieron soldados a cambio de alimentos, agua y maderas para reparaciones.

El acuerdo duró seis semanas, y luego, inesperadamente una fuerte explosión sacudió la bahía y el galeón reparado estalló y se hundió.

La causa de la explosión

Según dicen, luego del acuerdo, MacLean se marchó con sus nuevos soldados españoles e hizo trizas a sus antiguos enemigos: Los MacDonald en las islas de Ron, Eigg, Canna y Muck.

Cuando regresó, el buque español estaba listo para zarpar.

“Antes de irse tienen que pagar” dijo el escocés 

“Cuando devuelva a mis  hombres” dijo el español

MacLean con astucia, devolvió a los hombres de armas pero mantuvo a tres como rehenes. Luego, envió a bordo a un joven pariente, Donald MacLean, para recoger el oro que se le adeudaba.

Una vez a bordo, los españoles toman a Donald como prisionero y aunque todavía había oficiales en poder de MacLean, empezaron a zarpar.

Minutos después, se escuchó una gran explosión y el galeón se hundió en el fondo de la bahía.

Al parecer, Donald MacLean al darse cuenta que no tenía escapatoria y no queriendo dejar que los españoles se salieran con la suya hizo estallar el  polvorín de la nave.

Los sobrevivientes y los tres rehenes españoles fueron encerrados en las mazmorras del castillo de Duart

Los derechos de rescate

Poco después del hundimiento empezaron a circular rumores sobre la fabulosa riqueza que se había ido a pique.

Se aceptó como un hecho que se trataba del galeón Duque de Florencia, un barco cargado con oro y plata con un tesoro de 30 millones de ducados en monedas de oro.

El séptimo conde de Argyll, como almirante de las Islas Occidentales, tenía los derechos legales sobre cualquier resto en esas aguas, pero durante los 100 años siguientes, los condes de Argyll lucharon con los Reyes Estuardos por los derechos del tesoro de Tobermory.

En 1641 el Marqués de Argyll, jefe del clan Campbell, consiguió del Rey Carlos un permiso de pesca en esas aguas.

Por su parte, el Clan MacLean, ignoró el permiso y construyó un fuerte en las orillas con vista al sitio del naufragio y anunció la firme intención de disparar a cualquier pescador cerca de los restos hundidos.

Sin tener en cuenta las amenazas, en 1683 la fragata Ana de Argyll ordenaba a sus buzos hundirse en la bahía tobermory.

La búsqueda del tesoro

Durante las interminables disputas, los mejores expertos intentaban una y otra vez el rescate.

Los resultados no eran buenos, se habían rescatado varios cañones de bronce, pero nada de aquel fabuloso tesoro. Las grandes tablas de la quilla se habían apretado dificultando la penetración.

En 1729, se logró un avance con el uso de nueva tecnología creada por Jacob Rowe, quien había recuperado una gran fortuna de los restos de un navío en las Shetlands, Escocia.

Rowe era una especie de inventor: además de una máquina para bucear, había desarrollado el arte de las explosiones submarinas y diseñado un dardo (una especie de perforadora primitiva) para romper estructuras sólidas.

Con ello logró penetrar el casco y tras dos años de difícil labor entre las maderas no encontró ningún resto del tesoro.

Tras este lamentable fracaso hubo una pérdida de entusiasmo entre los presuntos rescatadores.

Dragas y  adivinos: Todo vale

Al llegar el siglo XX resurgió el interés en el galeón de Tobermory. En 1903, el sindicado del Oeste de Escocia efectuó una excavación, utilizando bombas se succión.

Después de dos años no se había recuperado más que un conjunto de compases de bronce y una espada rota, por lo que se prefirió dragar, y se rescataron más piezas, incluso un candelabro de plata, pero ningún tesoro.

Hasta se recurrió a un adivino, pero sin éxito.

En 1909 se habían agotado los fondos del sindicato, y en ese punto apareció el enigmático coronel Foss.

Durante 25 años Foss se obsesionó con el de Tobermory y formó una empresa tras otra para obtener fondos.

Sus talentos de rescatador eran un tanto discutibles, aunque sin duda era hábil para convencer a la gente de invertir su dinero.

Se dragó una y otra vez el área del naufragio, a la manera de la peor pesadilla de un arqueólogo moderno.

Se recuperaron platos de peltre y otros artículos… pero nada del  tesoro prometido.

En 1930, los inversionistas de Foss se decepcionaron y, entre acusaciones de fraude y corrupción, Foss debió abandonar las operaciones, aunque nunca perdió la esperanza de hallar el tesoro bajo el siguiente metro cúbico de cieno.

La maldición del cráneo del grumete

Después de la segunda Guerra Mundial, el XI Duque de Argyll  decidió realizar otro intento de localizar el tesoro, y puso al frente a un fanfarrón héroe de guerra, el comandante Crabb, para supervisar el rescate. Pero, en 1954 sólo pudo recuperar  el cráneo de un grumete.

El cráneo fue entregado a un hotelero, quién trató de perforarlo para que colgara sobre la pared de su bar.

Inmediatamente sufrió terribles dolores de cabeza y creyéndose víctima de una maldición, ocultó el cráneo en el fondo de un estante.

Allí quedó hasta 1985 cuando un nuevo hotelero devolvió el objeto a las profundidades de la bahía.

La verdad de los archivos

Todo haría pensar que estos repetidos fracasos finalmente desalentarían hasta el más optimista de los cazadores de tesoros.

Tal vez lo más notable de este largo catálogo de fracasos es que los potenciales rescatadores hiciesen tan pocos esfuerzos por examinar los detallados archivos españoles, que ofrecen un camino mucho más barato y confiable a la verdad que las excavaciones físicas en el lugar.

La investigación ha establecido, fuera de duda, que el legendario galeón de Tobermory fue el San Juan De Sicilia, que partió de Ragusa.

Aún más frustrante para quienes perdieron fortunas buscando el tesoro es saber que nunca hubo a bordo valores  importantes.

Se pudo establecer que, Felipe II sólo envió unos 150.000 escudos con la Armada, distribuidos entre cuatro o cinco navíos cuidadosamente seleccionados….

Ninguno de los cuáles era el San Juan de Sicilia.

Lic. Florencia Cattaneo

Campo Embarcaciones

Fuentes:

Nigel Pickford; Atlas de Tesoros Hundidos

Pág. Web. Time.com, time magazine