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Guerra de vanidades

by | Relatos de Navegantes

A finales del siglo XV se produjeron los viajes oceánicos y los grandes descubrimientos geográficos.

Los avances en materia de navegación eran muchos aunque la construcción naval distaba mucho de ser una ciencia. No existían los planos y los barcos se hacían un poco a ojo.

Había por entonces dos escuelas en la arquitectura naval:

La primera, inspirada en las tradiciones nórdicas que producía naves simples y sólidas pero con poca gracia. 

La segunda imitaba a los venecianos y pretendía ser artística creando construcciones elegantes pero a menudo extravagantes, con extraordinario francobordo, cubiertas de filetes dorados y adornadas con velas de tejidos preciosos.

Henry Gracias a Dios!

Enrique VIII de Inglaterra, famoso por su megalomanía, ordenó la construcción de un gran navío que debía llevar su nombre y que se inspiraría en esta segunda escuela.

Así nació, el gran navío Henri Gráce áDieu! (Henry gracias a Dios!) , más conocido como el “Gran Harry”. Era el buque más grande de su tiempo.

Construido en Woolwich, tenía 4 palos, un gran castillo de proa de cuatro cubiertas, y un castillo de popa de dos cubiertas. Medía 165 pies (50 mts) de eslora y su peso rondaba las 1000 toneladas.

 El Gran Harry estaba armado con 122 bocas de fuego, pero tan solo treinta y cuatro piezas merecían el nombre de cañones; los otros eran nada más que pedreros.

Se voto en 1514 y se convirtió en el buque de guerra más grande y poderoso de Europa.

Aunque fue la maravilla de su época, no era más que un barco de ceremonias. Nunca fue un barco de navegación oceánica. El excesivo peso de sus velas y artillería, como sus cinco cubiertas lo hacían inestable y era mejor no arriesgarse en él con mal tiempo.

Los viejos marinos, al verlo pasar meneaban sus cabezas con incredulidad y cuando paseaban cerca del Gran Harry aceleraban el camino de sus botes por miedo a que el monstruo se le cayera encima.

¡Quiero uno mejor!

En el año 1520, y el rey Enrique VIII de Inglaterra realiza una visita a Francisco I de Francia.

Enrique, ansioso por impresionar a los franceses, llega al continente a bordo del Gran Harry. Arriba a puerto con las velas de paños de oro desplegadas y la enseña real (también de oro) flameando en los cuatro rincones del castillo de popa.

Luego de la visita, Francisco I celoso, ordena de inmediato la construcción de un buque que superara en grandeza y esplendor a su rival Inglés.

Sea como fuere, el rey soñaba con la construcción de uno de esos barcos que tanto orgullo daban a los reyes y sus naciones.

Francisco I exigió a sus ingenieros que duplicaran el tamaño del Gran Harry.

Como los recursos técnicos de la época eran escasos los ingenieros solucionaron el tema duplicando el tonelaje del Gran Harry pero sin aumentar la eslora.

La grande Francoise

Los obreros pusieron manos a la obra de inmediato y durante los últimos meses de 1532 y gran parte de 1533, la caleta de Percanville (en Havre) sirvió de horma a ese prodigioso navío.

Nunca se había construido un barco tan grande. Su arboladura constaba de cuatro palos.

El palo mayor aparejaba 3 velas y estaba formado por varios abetos unidos mediante arcos de hierro. Medía casi 70 metros de alto y en la base su diámetro era de 2,5 mts.

Era un barco extremadamente lujoso. Renombrados artistas contribuyeron con sus tallas y pinturas creando un verdadero palacio flotante.

La imagen de un fénix adornaba la popa expresando que se trataba de un barco sin igual

La proa sostenía una imagen de San Francisco, patrono del rey. Debajo figuraba la siguiente divisa: Nutrisco et extinguo (de él me alimento y lo extingo), acompañada por una salamandra de plata sobre un campo de gules y rodeada por llamas de oro.

En el interior, todo estaba perfectamente dispuesto. En el entrepuente había una hermosa capilla de San Francisco decorada como un oratorio del Louvre.

Para el esparcimiento de los oficiales, bajo un toldo de cubierta, se construyó una cancha para disputar partidos de pelota vasca. Juego que por entonces estaba muy en boga.

En otro extremo del barco, se montó un molino de viento y un horno que se usarían para moler la harina y hacer pan fresco todos los días.

Además, había una forja para reparar el armamento durante la campaña.

Antes de ponerse el último clavo, se confió el mando de la nave a un hombre digno de ella, el caballero Villiers de L Isle-Adam.

Y así fue cómo en  1533 se bautizó a “La Francoise.”

Cada domingo, una multitud de curiosos llegaban desde Paris y de todas las ciudades de Normandía para admirar el barco.

Los guardias del rey, de recargados uniformes mantenían el orden mientras la gente se deslumbraba en su capilla y disfrutaba de la distribución de pan bendito recién horneado.

La Gran Francoise se hace a la mar

Parecía increíble que La Grande francoise pudiera navegar. Cualquiera dudaría de su estabilidad al considerar el peso del casco sumado al de los mástiles, los patios, las velas y los aparejos.

Y esa misma duda tenían también los propios constructores. Al momento de botarla notaron que La Grande Françoise resultaba demasiado grande para poder salir del puerto.

En consecuencia, no quedaba otra que esperar la marea más alta del equinoccio.

Así lo hicieron y el con todo dispuesto el 23 de setiembre de 1533 se inició la partida.   

El viaje no sería largo, porque cuando La Gran Francoise llegó a la extremidad del espigón tuvo que detenerse por falta de agua.

¿Qué hacer entonces? Se intentó aligerar el peso  atando toneles y canoas vacías, pero fue en vano.

Sólo quedaba un camino: Retroceder para que al bajar la marea la entrada a puerto no quedara cerrada.  Pero ya era tarde y la nave no pudo superar la varada quedando a medio camino y al alcance de la rompiente.

El 14 de noviembre de ese mismo año sobrevino una temible tempestad del oeste que azotó la bahía del Sena. Los cables que retenían la nave se soltaron y la gran tempestad la arrastró contra la costa. La Gran Francoise se tumbó hacia un costado y se llenó de agua.

Se intentó levantarla, pero fue inútil. Hubo que despedazarla. 

La imagen de San Francisco fue transportada respetuosamente a la iglesia del Barrio de Barres, al cual dio su nombre, y el resto de los desechos sirvió para construir numerosas casas en ese lugar.

Hasta hace poco aún subsistía en la calle de la Crique una vetusta casa de madera, que según los vecinos había sido levantada con sus restos.

El destino de los grandes

Enrique VIII había puesto de moda estas inmensas naves. Alcanzaron gran celebridad, aunque muchas de ellas jamás pudieron navegar debido a la imposibilidad de botarlas.

La Grande Française fue la mayor nave construida hasta entonces y su existencia fue fugaz.

Por lo demás, el Gran Harry no prestó demasiados servicios.

En 1536 fue reformada, no mejoró en sus cualidades marineras, pero aumentó considerablemente su poder artillero.

Duro treinta y ocho años, hasta que un incendio la consumió en 1552 sin haber disparado jamás sus cañones, salvo en la batalla de Solent, su única acción bélica.

Lic. Florencia Cattaneo

Campo Embarcaciones

Bróker Náutico

Fuentes:

León Renard; Historia Secreta de Barcos y Navegantes

Manolo Rives; Colosos renacentistas: “La Grande Françoise”

Manolo Rives; Colosos renacentistas: “El Gran Harry