La calma es completa, el velero está casi parado, comienza a soplar una agradable brisa, la atmósfera se oscurece y observamos la formación una línea negra en el horizonte.
La amigable brisa nos confunde y nos vemos tentados a sacar más vela para ganar velocidad.
No obstante, sentimos el ambiente enrarecido.
Podemos verla, sentirla y olerla: No cabe duda, se aproxima una tormenta de verano.
Condiciones para su formación
Las tormentas de verano son de corta duración pero de gran intensidad. Lo más peligroso de ellas es que son inesperadas y que se forman en unas pocas horas.
Son las denominadas “tormentas de masa de aire”, porque se forman dentro de aire caliente y húmedo, sin la existencia de ningún frente o cambio de masa de aire en la zona.
Aparecen con frecuencia en jornadas con temperaturas máximas que oscilan entre los 30 y 37 grados, y elevados valores de punto de rocío (17 a 25 grados).
Estas condiciones generan altas concentraciones de humedad en las capas bajas de la atmósfera que junto a la existencia de alta radiación provocan la formación de nubes con alto desarrollo vertical.
El aire caliente y muy húmedo asciende dentro del aire más frío formando nubes en forma de cúpulas o torres.
Estas corrientes verticales ascendentes provocan el crecimiento de la nube por encima del punto de congelación. La nube penetra en zonas bajo cero y en su parte superior toma forma de helado o coliflor. En la cima nubosa comienzan a coexistir partículas de agua y de hielo.
Estas tormentas comúnmente se forman en nuestra zona en jornadas con vientos del NE, N o NO, de reducida velocidad o con calmas.
La presión puede encontrarse en leve descenso, y los valores pueden oscilar entre un máximo de 1012 mb y un mínimo de 998 mb.
En el Río de la Plata estas tormentas se mueven por lo general de Oeste a Este, y son empujadas por los vientos de altura.
El preaviso
A pesar del viento suave, puede palparse en el ambiente rara sensación.
Observamos cómo se forman impresionantes nubes que van sobreponiéndose unas sobre otras.
La tormenta se está formando detrás del horizonte y con seguridad vienen hacia nosotros.
No nos engañemos, en muy pocas ocasiones se observa la formación de una tormenta que se aleja.
Es un error deducir que una tormenta a sotavento ha de marcharse. El viento al ras de superficie puede engañarnos.
El viento va desde todas las direcciones hacia la tormenta, debido al efecto chimenea o de succión en la nube, independientemente de la dirección general de la tormenta.
Las tormentas van con los vientos de mediana altura, que pueden “verse” gracias a las nubes que las acompañan.
Se viene el estallido…
La nube adquiere forma de montaña, de gigantesca torre, y aparece en su cima un pequeño “penacho” o sombrilla de hielo.
Comienza la lluvia. Esto significa que las gotas de nube han crecido más allá del tamaño en que pueden permanecer suspendidas por la corrientes verticales ascendentes.
La lluvia, a veces granizo, es tan intensa y repentina, que enfría el aire en el centro del chubasco generando corrientes de descenso que se van haciendo cada vez más intensas.
La corriente descendente acompañada de aire frío y lluvia, llega al suelo, por lo que el aire se extiende horizontalmente y se mueve con preferencia en la dirección de desplazamiento de la tormenta (generalmente de oeste a este)
En la superficie, esta corriente descendente forzada hacia el exterior choca con la corriente que fluye concéntricamente hacia la chimenea de la nube.
En consecuencia, las masas de aires con direcciones opuestas son fuertemente revueltas y remolineadas entre sí y la fricción provoca la formación de rayos.
Junto con el flujo descendente tienen lugar los chaparrones más intensos, con fuertes ráfagas de viento, descenso momentáneo de la temperatura y brusco aumento de la presión atmosférica.
Esta etapa dura normalmente entre 15 y 30 minutos.
Se vuela todo
Mientras se acerca la tormenta, sopla un “viento amable”, pero de un momento a otro, el viento sopla con más fuerza y nos obliga a recoger las velas, tomar rizos o navegar únicamente con tormentín.
En pocos minutos se encuentra uno con fuerza 8 o 9 y mucho miedo en el cuerpo.
La dirección del viento varía poco al inicio, tal vez de 30 hasta 40 grados. Pero un poco más hacia el centro de la nube, el viento cambia de repente.
Hasta que la tormenta se haya alejado, siguen las fuertes rachas con frecuentes saltos en el cambio de dirección del viento. Estos saltos suelen venir precedidos de calmas que sólo duran segundos.
No se puede formar mar importante, pues la tormenta es demasiado local. El viento no tiene fech.
Además, los cambios de dirección del viento son tan frecuentes que difícilmente se pueda formar un oleaje de consideración.
Por otra parte, los aguaceros “planchan” el mar. De modo que las olas quedan siempre por debajo de los 2 m.
Consejos para el navegante
Debemos ser precavidos y anticiparnos a estos cambios de viento que se pueden producir en quizás un cuarto de hora.
Hay posibilidades de reconocer el cuello de las rachas vigilando la proa: según la reflexión de la luz, el agua se tiñe bajo el cuello de negro o blanco, claramente diferenciable del gris circundante.
En zonas de navegación concurridas, es aún más fácil reconocer el peligro de las rachas. Miramos al frente, donde se supone que está el peligro. Y cuando se vean tumbados por el viento los primeros veleros, es hora de actuar.
Dado que la arremetida del viento es casi inmediata, no tiene sentido reducir trapo paso a paso. Hay que disminuir superficie velica radicalmente a toda prisa.
A quien tomar rizos le parezca demasiado lento, no deberá dudar en bajar todo el velamen y dirigir la proa a la tormenta.
La potencia del motor deberá ser algo mayor. En ocasiones, hay que darle toda la potencia para poder atravesar “la nube”.
Pasar la tormenta a “motor” con tierra a la vista tiene la ventaja de que uno puede concentrarse única y exclusivamente en la navegación, sin prestar atención a bordadas, obstáculos y al posible derivar.
Proa a tierra a motor es cómodo, aunque no especialmente deportivo.
En cuanto a los rayos, no tienen influencia sobre el viento bajo la nube, pero sí sobre el ánimo de los tripulantes.
Estos fuegos artificiales en agua pueden dar mucho miedo aunque, el rayo rara vez cae sobre un velero.
Es increíble la cantidad de veces que este cae alrededor del barco en el agua, “errándole” al palo.
Pero, en el caso en que acertara y teniendo la jarcia bien conectada a tierra no ocurre nada más que un tremendo estallido; a no ser que alguien se haya agarrado en ese momento a la jarcia firme.
Por tanto, las personas no están verdaderamente amenazadas. Otra cosa ocurre con los aparatos eléctricos o electrónicos. Estos podrían ser dañados debido a los golpes de tensión inducidos por el magnetismo exterior en los cables de conexión.
Todo pasa
La nube va perdiendo su base y termina quedando en el cielo únicamente un gran yunque aislado. Las precipitaciones son débiles, hasta que cesan por completo.
Al cabo quizás de una hora desaparece el chubasco tan repentinamente como vino, quedando un viento fresco remanente que sí podemos aprovechar con más seguridad.
Lic. Florencia Cattaneo
Campo Embarcaciones
Bróker Náutico
Fuentes: Dietrich V, Haeften; Cómo Afrontar los Temporales
Alberto Celemín; Meteorología Práctica